Wednesday, May 21, 2008

Adios Tijuana...

Con el proposito de difundir esta noticia que la verdad me ha golpeado fuerte, no sé que clase de impotencia siento, no puedo expresarla al enterarnos que vivimos al rededor de personas humanas que son capaces de tales atrocidades. Esta carta que les dejo fue difundida por uno de los periodicos locales de esta ciudad, me quede con la mente totalmente golpeada, y aparte que me pongo a ver la tele, y escucho que mataron a uno de los mejores policias que ha tenido México. La carta esta larga, pero la neta, vale la pena leerla.







Quiero escribir lo que le sucedió a mi
familia.
El 24 de julio del 2007 secuestraron
a mi hermano Celso Katzuo Enríquez
Nishikawa. Él tenía 35 años, era
padre de una niña de 4 años, y tenía una familia
que lo amaba.
Siempre fue un hombre muy recto, trabajador,
honrado y cariñoso. Estudió ingeniería cibernética
electrónica en Mexicali, tenía su propio negocio
de subensamble. Era cinta negra tercer dan en
aikido, y segundo de su maestro. Le gustaba andar
en moto. Siempre fue una persona dispuesta
a ayudar a los que estábamos a su alrededor: Si
le llamabas y le pedías algo, desde arreglar la
computadora hasta mover un mueble o escuchar
tus problemas, él estaba ahí.
Nunca le hizo daño a nadie. Fue una persona
muy querida por todos quienes lo conocimos.
Cuando me dijeron que lo habían secuestrado
sentí como que me quitaban el piso. Mi vida y
la de mi familia cambió por completo. Fueron 9
meses y 7 días.
Esto es lo que recuerdo:
Al principio el terror te paraliza, luego te desgasta
poco a poco, pierdes la noción de la seguridad,
la tranquilidad, la normalidad.
Pasas el tiempo pensando ¿pasará calor, ¿pasará
frío, padecerá hambre?, ¿qué comerá?, ¿se podrá
bañar?, ¿lo picarán los bichos?, ¿está amarrado?,
¿le pegan? ¿lo torturan? ¿tendrá ropa? ¿usará siempre
la misma ropa?... ¡¿Cuándo lo van a soltar?!
Y luego las llamadas, las exigencias totalmente
irracionales de reunir cantidades imposibles, y la
presión de mantener en secreto lo del secuestro
bajo la amenaza de matar a mi hermano, mucha
presión y tortura sicológica.
Tengo en presente el grito de mi mamá cada
vez que sonaba el teléfono; la palidez del rostro
de mi padre, y el secuestrador con claro acento
norteño, insultando, presionando y exigiendo. A
veces sonaba tomado o drogado, a veces sólo se
mostraba como aburrido mientras decía sin reparo
todas las atrocidades que le pensaba hacer a mi
hermano, o amenazaba con hacerme daño a mí
–su hermana– o venir por mi hijo adolescente.
Queríamos oír la voz de mi hermano, queríamos
saber que estaba bien; pero cuando nos lo
comunicaron fue sólo para que escucháramos
cómo lo lastimaban.
No hay palabras para describir el terror, no las
hay. No son suficientes.
Luego, el 9 de noviembre llegó el día del pago.
Aparentemente los secuestradores habían aceptado
la cantidad que habíamos podido reunir, todos
nuestros ahorros, el remate de lo que pudimos
vender y los préstamos de todos nuestros familiares
y amigos. Seguimos las instrucciones al pie
de la letra, el pago lo hizo un ahijado de mi papá
a quien estimamos muchísimo y le tenemos toda
la confianza. Y esperamos.
Pasamos la noche en vela pensando que en
cualquier momento regresaría Celso. Pero no
regresó. Al día siguiente llamaron los secuestradores
para decirnos que el dinero reunido no era
suficiente, que querían más, y nos comunicaron a
Celso para que supiéramos que estaba vivo.
La pesadilla continuó; las llamadas, la búsqueda
de liquidez, las mentiras nuestras hacia
los demás para ocultar la ausencia de Celso y
proteger su vida; las noches esperando la llamada:
“¡¿Cuánto llevas?!...
¡No júntale más, eso no me sirve de nada.
Apúrate pa’que te lo lleves en Navidad!”
Unos días antes de Navidad hicimos el segundo
pago. No nos comunicaron con Celso pero nos
respondieron una pregunta que sólo el podía
contestar, era la preciada “prueba de vida”.
Como la vez anterior, el ahijado de mi papá
fue quien hizo el pago siguiendo todas las
instrucciones.
Le dijeron a mi papá: “En media hora vas a
ver a tu morro…”
Pasamos la noche en vela. El siguiente día
estuvimos esperando, mi primo y mi prima –que
son como hermanos– se quedaron en la casa varias
noches haciendo guardia, día y noche esperando a
que llegara Celso. Pero cada mañana era la desilusión
de un día más sin ver a mi hermano regresar.
Si sonaba el teléfono, si tocaban al timbre, todo
ponía la casa en alerta. Pasó Navidad, pasó Año
Nuevo y ni una palabra.



Cada día la expectativa se tornaba en desilusión.
Cada día el desaliento se apoderaba de
todos.
Cada quien llorábamos de miedo por nuestra
cuenta, yo donde nadie me viera; mis padres abrazados,
no nos mirábamos a los ojos, para no reconocer
en el otro lo que estábamos pensando.
La casa nunca se quedó sola en esas seis semanas,
pensando que en cualquier momento mi
hermano podía regresar. Nunca nos perdimos las
noticias, todas las versiones, todos los días, todos
los periódicos.
Preguntamos en Semefo, en hospitales, en la
Cruz Roja.
Cada noche, en punto de las 20:00 horas, familiares
y amigos, rezábamos por mi hermano
dondequiera que estuviéramos.
Después de seis semanas de silencio se reanudaron
las llamadas, mucho más esporádicas que
antes, pero menos agresivas. Decían cosas como:
“A tu hijo le decimos El Chino”, “es muy buena
onda”, “está muy deprimido, ¡apúrate pa’ que te
lo lleves!”. Pero en cada ocasión mi papá les pidió
prueba de vida y todas las veces se rehusaron a
darla, al tiempo que decían cosas para tratar de
convencerlo de que aún lo tenían.
Cuando llegó la llamada de ayer, 1 de mayo, en
la que pedían un tercer pago, todo se preparó de
acuerdo con las instrucciones de los secuestradores.
Nos pidieron hasta una cobija para Celso y una
sudadera. Nos dijeron que prácticamente iba a ser
un intercambio, que se saliera el muchacho que
hace los pagos en carro y se parara en la parte más
oscura y sola de la colonia Chapultepec California,
en la segunda salida un poco antes del banco, y
que cuando él estuviera ahí nos comunicarían
a Celso. Mi papá les dijo que haría lo que le pidieran
y que sólo le comunicaran a su hijo; pero
se negaron. Pidió que entonces le hicieran una
pregunta determinada, pero también se negaron.
Continuaron las llamadas, fueron unas ocho veces
más, insistiendo que querían el carro con el dinero
donde lo habían pedido. Todas las veces mi papá
les dijo: “Aquí está el carro y el dinero listo, sólo
quiero saber que mi hijo está vivo, y mi ahijado
llegará a donde usted quiere en un minuto”. Pero
todas las veces se negaron y luego comenzaron las
amenazas: “Abraza a tu hija, porque es la última
vez que la ves”, “si no me pones el dinero donde
te dije, voy a ir a matar a toda tu familia, y te voy
a dejar vivo para que sufras”.
Desde que vimos que no nos querían dar la prueba
de vida, supimos lo que había pasado. Ya nos lo
habían explicado diferentes personas enteradas en
estos temas varias veces: Si no te dan prueba de
vida, quiere decir que ya mataron a la víctima, no
hay razón para que ellos no den la prueba de vida
si ya tienen todo listo para cobrar.
Sabíamos que no podíamos poner en peligro
al ahijado de mis papás y que no íbamos a recompensar
a estas personas después de lo que
habían hecho.
Además, ese mismo día nos dimos cuenta de
que afuera de la casa rondaban dos autos grandes
(después supimos que eran tres). Así que, después
de la última llamada de esa noche, apagamos las
luces y nos dispusimos a esperar. Veíamos afuera
las luces de los dos autos que se movían hacia
enfrente, hacia atrás, y nosotros nos mantuvimos
vigilando.
Al poco tiempo de haber apagado las luces
escuchamos que alguien intentaba meterse a la
casa. Pero no pudieron, y empezó la balacera.
Nunca en mi vida pensé estar en esa situación,
nunca.
Mi papá nos defendió y nos salvó la vida, al
igual que su ahijado. Entre los dos lograron repelerlos.
A él, le estaremos por siempre agradecidos.
Estas personas venían dispuestas a matarnos a
todos; ni siquiera se habían tomado la molestia
de taparse la cara. Después se fueron.
Cuando la amenaza era inminente yo llamé a
los militares, me hicieron un sinnúmero de preguntas
y hasta escucharon los balazos. A la persona
que respondió la llamada le hice asegurarme
que mandarían a alguien inmediatamente, pero
nadie llegó. Me comuniqué también a la Policía
Municipal, pero sólo hasta que les dije que había
un cuerpo afuera de la casa acudieron.
A las pocas horas huimos de Tijuana, escoltados
por la Policía Ministerial y con una maleta
cada quien, dejando la vida, el trabajo, los amigos,
nuestras cosas; absolutamente todo lo tuvimos
que dejar atrás.
Ahora, –lo queda de mi familia– viviremos
como refugiados de casa en casa; con miedo a
que nos vean o nos encuentren.
Y les pregunto a ustedes, secuestradores: ¡¿Por
qué?!
Mi familia es gente de trabajo. Todo lo que
teníamos lo habíamos obtenido por nuestro trabajo
de manera honesta. No hemos heredado, ni
robado, ni nos sacamos la lotería. Mi papá llegó a
Tijuana sin nada y todo lo hizo a base de esfuerzo
y trabajo honesto durante 45 años. Mi mamá,
médico general, miembro del Colegio Médico de
Tijuana, ejerce desde hace más de 25 años por
vocación, porque le gusta lo que hace; incluso,
la mitad de las consultas que da ni siquiera las
cobra. Entre ellos dos han pagado la escuela o la
universidad a más de 20 jóvenes. Son muchos los
que han contado con la ayuda económica, moral
y de todo tipo que mis papás les han brindado.
Nunca negaron la ayuda a nadie. Ellos no fueron
de lujos ni de apariencias, siempre trabajaron por
lo que tenían, y siempre estuvieron dispuestos a
ayudar. Mi hermano tenía su propio negocio y yo
me dedicaba a la construcción. Quien nos conoce
sabe que somos gente honesta, gente de trabajo
y gente buena.
No es justo. No es justo.
Sé que a mi hermano no me lo van a regresar, y
¡cómo le pones precio a una vida!, al amor de mis
padres por su hijo. La maldad de los secuestradores
deja a una huérfana de 4 años, que quedará
marcada para siempre por sus actos; dejan una
comunidad temblando. Somos humanos, sufrimos
igual que ustedes, ninguna cantidad de dinero
arrancada de esa forma les va a aprovechar,
¿cómo van a cambiar por beneficios para ustedes
todo lo que nos hicieron sufrir?
Cómo les explico que yo quería tener a mi
hermano toda la vida, que recuerdo su sonrisa
cuando era niño y tenía unos dientotes, cuando se
ponía capa para volar, cuando estaba embobado
viendo la tele.
Cómo entenderán que siempre voy a extrañar
el sonido de su risa y su voz haciendo bromas, y
su mirada limpia, y cómo se quejaba igual que
mi mamá, y se ponía serio de repente igual que
mi papá.
Cómo explicarles que yo hubiera hecho cualquier
cosa por evitarles este dolor a mis papás, que
ustedes no tienen derecho de destrozar nuestras
vidas tan cuidadosamente construidas.
Mi hermano, un poco antes de que lo secuestraran,
le dijo a mi papá que le proponía dejar el país
y se fuera al extranjero, por tanta inseguridad.
Después de todo lo sucedido el día de ayer, otra
fuerte pérdida llegó, como consecuencia del gran
impacto por la situación en la que estuvimos.
Este escrito representa el dolor, la angustia, el
coraje que sentimos. Es un grito desesperado por
una respuesta, una explicación, una esperanza,
por exigir nuestras garantías, las cuales nunca
tuvimos al vivir este infierno que no le deseamos
a nadie, más aún cuando no pudimos acudir a
quienes se les paga por proteger y servir, por
combatir y cuidar, por velar que la seguridad
de la ciudadanía no corra riesgos; pero desgraciadamente
son los que protegen y ayudan a los
criminales a lograr sus cometidos.
¿Hasta cuándo van a actuar? ¿Cuándo van a
depurar a las distintas corporaciones municipales,
estatales y federales de manera real y contundente?
¿Cuándo habrá verdaderas leyes que castiguen
el delito de secuestro y el mal comportamiento de
los elementos corruptos, y con penas que sirvan
como ejemplo para que esto no se siga dando?
¿Qué va a pasar con nuestro país, con su gente
buena?, ¿cuándo vamos a dejar de vivir acobardados
y empezaremos a luchar por un futuro mejor
para los hijos de México?
Yo amo a México y a Tijuana, es el lugar donde
nací, es mi país, pero ya no se puede vivir aquí.
Adiós Tijuana.
Ing. Aiko Enríquez Nishikawa

1 comment:

Anonymous said...

no mames...